Me aferro a la incertidumbre del movimiento de las hojas con el viento,
Al desvanecer de las nubes en el cielo denso,
Al retumbar de la música en mi cuerpo,
A la hierba abriéndose paso en el cemento.

Me aferro como la vida misma resiste la inclemencia,
Resisto por el sabor a café que me dejó su ausencia,
Existo por el cobijo que el verde de sus ojos un día me abrazó,
Me aferro al abrazo del día de mañana que me prometió.

Pero si un día ya no amanezco, recuérdame en el vaivén de las nubes,
En las discusiones acaloradas contra tabúes,
Menciona mi nombre cuando camines por el bosque
y en una de esas un hongo me evoque.

Recuérdame sudorosa y mojada, cuando nos besábamos en la cama y te gritaba como me encantaba
Y si un día mis ojos ya no puedes ver, recuerda lo mucho que me aferré,
No me busques en la iglesia, búscame en el campo, en las vacas y en el cantar del gallo.

Búscame en las flores, en la hierba y en la tierra.
Siénteme en la niebla y en las noches de la sierra.
Mírame en las raíces de los árboles destruyendo la acera,
En los insectos apareándose en la primavera.
Con esto te digo, no me llores para siempre
Rememora nuestros roces de piel y dedicáme un suspiro al atardecer.