Todos buscamos la sanidad. Independientemente de lo que sanidad signifique, para algunos será sinónimo de “ausencia de enfermedad” y para otros ortorexia disfrazada de “Wellness” como estilo de vida. De cualquier manera, comprendemos que necesitamos de alimento para poder nutrirnos y subsistir. Sin embargo, este no es suficiente para sostenernos y mantener la sanidad en estos tiempos de crisis socioambiental, también necesitamos adaptarnos. Para ello, algunos en un intento de escape, optamos por aquellas sustancias que nos quiten el peso de encima, que nos hagan levitar, que nos apaguen el CPU o que, por lo menos, relajen el ceño y el pulso vital. Algunos otros elegimos el “buen camino”, preferimos los dones que la naturaleza “nos obsequia”, sí, así es, “los crea específicamente para que nosotros los usemos” y les llamamos “adaptógenos”.
“La narrativa con la que se promocionan estas sustancias es impactante, pues revela justamente una necesidad de adaptarnos a un contexto altamente demandante, al cual no podemos ajustarnos con nuestras respuestas fisiológicas de manera natural”
Los adaptógenos son extractos de plantas y hongos que ayudan al cuerpo a adaptarse a la exposición crónica al estrés. Protegen contra los síntomas fisiopatológicos inducidos por este, aceleran el funcionamiento mental y regulan la homeostasis (Tulsawani, R., Vohora, D. 2023). La narrativa con la que se promocionan estas sustancias es impactante, pues revela justamente una necesidad de adaptarnos a un contexto altamente demandante, al cual no podemos ajustarnos con nuestras respuestas fisiológicas de manera natural. La solución ante este ambiente nunca ha sido cuestionar al mismo, todo lo contrario, se naturalizan los niveles de estrés y se refuerza el status quo al usar medidas que atenúen sus consecuencias y no sus causas. Es esperable, pues es una solución rápida y sencilla, pero lo rápido y sencillo tiende a ser paliativo. Paradójicamente, una de las formas más usadas para promocionar estas sustancias milagrosas es la de la prevención: “Previene el Alzheimer”, “previene el cáncer”, “previene el envejecimiento”, entre otras. Recuerdo un vídeo muy específico de estos suplementos alimenticios, que me sorprendió. Era una serie de carteles que exponían problemas complejos y obviamente ofrecían soluciones sencillas, iba algo así: un cartel que decía “Según datos de lMSS la gastritis afecta a 70% de los mexicanos” e inmediatamente sobre este cartel daba la solución: un adaptógeno encapsulado, y lo mismo con los siguientes problemas que mencionaba: “En México más del 45% de los mexicanos padecen insomnio”, “El 2% de la población mexicana sufre de trastornos de ansiedad” o “20 millones de mexicanos padecen estreñimiento”. No creo que se necesite ser muy inteligente para comprender que los problemas de salud pública no se solucionan con una sola medida. Y me parece nauseabundo que las empresas nos quieran hacer creer que así es.
“Sea cual sea la razón por la que nos dopemos, si para desconectarnos de la realidad o para “adaptarnos” a sus condiciones extremas, la función sigue siendo la misma: aguantar para seguir produciendo.”
Con este ensayo no trato de desmentir los cientos de estudios científicos que se han hecho sobre los adaptógenos, específicamente los hongos. Seguro habrá muchos muy valiosos y algunos otros (financiados por la industria que los fabrica) no tanto. De cualquier manera, es importante mencionar que los adaptógenos no son nada nuevo; se han usado desde épocas antiguas, aunque aún no se proclamaran como tal. Por ejemplo, Ganoderma lucidum (Reishi), se ha utilizado en la medicina tradicional china como tratamiento para el asma, la hipertensión, la hepatopatía e incluso como tratamiento antienvejecimiento desde hace más de 2,000 años (Najeeb y Muhammad, 2018). Así como también, el pueblo Khanty de Siberia occidental ha usado especies de Chaga (Inonotus obliquus) desde el siglo XI para tratar enfermedades cardíacas y hepáticas. En estos tiempos, gracias a la industrialización, la tecnología y la ciencia, han descubierto nuevas sustancias en hongos capaces de “producir más energía” como lo es la cordicepina presente en Cordyceps militaris. En términos generales, esta sustancia aumenta la producción de ATP en las células (la principal molécula de la energía en nuestro cuerpo) mejorando así el metabolismo celular y con ello hacer más eficiente el uso de oxígeno, reduciendo la fatiga y aumentando la resistencia. ¿Suena interesante, no? Incluso suena tentador, ¿qué podríamos hacer con más energía? Rápido contestaría la rata mecánica deshumanizada que controla nuestra vida: “podría ser más eficiente, podría ser más productivo” o, en su defecto, el pobre roedor con burnout: “podría sentirme menos cansado y así disfrutar un poco de las cuatro horas de vida que me quedan al final del día”. Sea cual sea la razón por la que nos dopemos, si para desconectarnos de la realidad o para “adaptarnos” a sus condiciones extremas, la función sigue siendo la misma: aguantar para seguir produciendo.
De vuelta a la narrativa de prevención. Hoy en día, nadie quiere utilizar omeprazol para prevenir la gastritis, hoy prefieren utilizar extracto de Reishi. No dudo que sea una mejor opción, pero sí pongo en duda que sea una acción preventiva. No creo que sea preventivo, porque hay muchos pasos detrás de la cadena pro-estresora que debemos revisar y de la cual no tenemos capacidad de controlar, por lo menos de manera individual. Para empezar, la calidad de nuestra microbiota intestinal que no puede mejorar debido a que nuestros alimentos están desprovistos de bacterias beneficiosas y cargados de pesticidas. Y si queremos mantenerla, sin comprar cápsulas de prebióticos de manera vitalicia, tocará comprar alimentos orgánicos y proteína de libre pastoreo a un precio exorbitante que la mayoría de la población mexicana no puede costear. Además, ¿cómo se podría ignorar, el aire irrespirable de la urbe y sus efectos inflamatorios y estresantes celulares que le acompañan?, como si pudiésemos ser entes capaces de inmiscuirse en una burbuja donde éste no nos pudiera alcanzar; como si a través de esa burbuja nos pudiésemos teletransportar y así, saltarnos las horas pico y su consecuente hartazgo colectivo, súmale tres rayitas de estrés si viajas en transporte público y otras diez si eres mujer y te enfrentas al acoso callejero. De alguna manera, quien te promete una solución en gotero, polvo o cápsula sufre de ceguera voluntaria, pues me parece irreal no poder ver todo ello y seguir con el mismo discurso de: “si quieres, tu solito lo puedes lograr”. Me parece necesario que si se nos pide ser “consumidores responsables” exijamos al vendedor/promotor de estos suplementos también serlo. Y que si van a señalar la causa del malestar dejen de lado la culpa individual, porque el contexto es el paciente cero, el que comenzó la pandemia y quien, exonerado de culpa y responsabilidad, nos mantiene (nos mantenemos) delirantemente dentro de una burbuja inexistente.
“La relación que teníamos con los recursos naturales se ha extraviado, en palabras de Yayo Herrero: “la ausencia del vínculo con la naturaleza nos ha extraviado el saber”, el saber de hacernos partícipes de ella, de sus ciclos, sus modos y sus porqués”
Vivimos bajo una alienación constante, consecuencia de la desconexión de las grandes urbes con el campo. La relación que teníamos con los recursos naturales se ha extraviado, en palabras de Yayo Herrero: “la ausencia del vínculo con la naturaleza nos ha extraviado el saber”, el saber de hacernos partícipes de ella, de sus ciclos, sus modos y sus porqués. Hemos olvidado que la adaptación que necesitamos la debemos y podemos obtener de los ciclos naturales de los que formamos parte. Lamentablemente, la industrialización y la escasez de soluciones basadas en la naturaleza, nos han alienado casi por completo. Entonces nos toca vivir a base de suscripciones. Suscripciones a una vida saludable en cápsulas mensuales que van desde vitaminas, prebióticos y suplementos hormonales (Canelas, Torres, Francois 2021) hasta los más novedosos cócteles de adaptógenos. Soluciones hechas por la industria farmacéutica “destinadas” a curar el padecimiento que crearon de la mano de las otras industrias (incluyendo la alimentaria) regidas por un sistema de producción insostenible y ecocida, del cual se ven beneficiadas no solo de nuestra mano de obra como sus empleados, sino también de nuestros cuerpos adoloridos y enfermos. Curitas adhesivas para una herida yugular. Nos han hecho olvidar la parte del tejido conectivo del que formamos parte, dopándonos hasta los huesos con tratamientos individuales, olvidamos que nuestras células volverán a estresarse en cuanto llegue el día treinta y no quede ni una cápsula adaptógena más que tomar.
“Resisto por el deseo de reapropiarnos de nuestro cuerpo, de nuestra salud y nuestra enfermedad”
Ya no quiero adaptarme a un ambiente insostenible. No debería alterar mis respuestas celulares a un contexto tan demandante, al contrario, estas demandas tienen que disminuir. Antes de tomar un suplemento que “prevenga” el cáncer, necesito respirar aire limpio y alimentos orgánicos asequibles que me conecten con la tierra de mi territorio y con mi comunidad. Antes de tener más energía, necesito disminuir la jornada laboral. Antes de tomar una sustancia que me “evite” el estrés, necesito calles que me permitan caminar con tranquilidad, ciudades diseñadas para el peatón, menos concreto, menos autos, menos smog y más áreas verdes. Estoy cansada que hagan de mi salud un negocio; la vida no me basta para seguirla comprando. Resisto por el deseo de reapropiarnos de nuestro cuerpo, de nuestra salud y nuestra enfermedad, anhelo por sostenernos en conjunto y no perder más nuestro tiempo en soluciones que quieran tapar el sol con un dedo. Quiero sanidad, pero solo sanando mi contexto, que no hay polvo ni líquido que puedan atenuar este calor que llevo por dentro.