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Eucnide Lobata o un pensamiento sobre las resistencias urbanas

Eucnides-resistencias en contra del tarifazo en un mitin organizado por Alianza de Usuarios en Monterrey, Nuevo León

Fotografía y edición: Alejandra Espitia

La Eucnide Lobata, estimada persona lectora, es una planta endémica de México cuyo nombre se traduce en el siguiente sentido: Eucnide “bien o bastante” y Lobata “ortiga”. Supongo que quienes la bautizaron de esta manera se inspiraron en la abundancia de esta y, entonces, busca comprenderse como “bastante ortiga”. No obstante, en esta ocasión propondría pensarla como una “ortiga buena” porque esas plantitas son capaces de enseñarnos un modo muy particular de (sobre)vivir en las ciudades, incluso, en las más hostiles -como Monterrey-.

La eucnide (así para las amistades), vive entre las grietas, en los lugares menos esperados y de las formas más diversas. Se encuentra alrededor nuestro, y se puede mirar en el caminar por las calles, pero, usan camuflaje y muchas veces no reparamos en ellas. Sin embargo, ahí están. Son parte de nuestro entorno cotidiano y muestran un bello espectáculo de verdes, amarillos y tonalidades café. Su existencia nos recuerda que la vida crece y se mantiene aún en el apabullante gris concreto, que resiste la tormenta, la sequía, el reordenamiento, las burbujas inmobiliarias, las enfermedades, la pandemia e incluso, en medio de todo el caos, expone orgullosamente sus flores amarillas y le dice al mundo aquí estuve, aquí estoy y aquí estaré entre las grietas, creciendo, siendo y resistiendo.

Y, sin embargo, sigue siendo ortiga, es decir, tienen esos pelitos que, cuando se tocan generan urticaria -ese tipo de inflamación de la piel que es muy molesta-, da comezón y mucha desesperación. Entonces, seguramente la ávida persona lectora, me confrontará con una pregunta: “¿cómo puedes decir que la ortiga puede ser buena?” Nuestras abuelas sabían y usaban las propiedades culinarias y medicinales de las ortigas, ellas las conocían y entendían su importancia. Las ortigas formaban parte de las farmacias que tenían las abuelas en sus traspatios, patios y cocheras. En estas encontrabas toda una familia de plantas hermanas, primas y conocidas que en conjunto se volvían un oasis de salud y de vida. Transmitían los conocimientos de las propiedades de todas estas plantas  de boca en boca cuando ciertos síntomas aparecían en las personas cercanas y queridas.

Dicho esto, nuestra ortiga buena (eucnide lobata) nos manda un mensaje, o más bien, representa una lección que no debemos dejar de lado, la cual tiene al menos dos sentidos: el primero, es que la resistencia se encuentra en todas las grietas y que estas se profundizan por la presencia de las resistencias. La otra, es que la eucnide vista como singular, desconectada y sin memoria, se mira como mala, negativa, destructora, asociada al malestar, al ardor, a la urticaria. Pero si se le mira en conjunto de otras diferentes, se convierte en parte de algo mayor, de una farmacia viva, es decir, de un repositorio de esperanza. Claramente, el que las eucnide en resistencia se junten con otras plantitas -también en resistencia-, no se convierten como en un acto de magia en una farmacia viva, se necesitan otros elementos: la memoria, que nos enseñe a cómo es que han curado en el pasado; el conocimiento técnico, que nos permita entender las propiedades y potencialidades; así como, los afectos, que movilizan el cuidado y la búsqueda por la reproducción de la vida.

“¿Y esta lección para quién es?” me volverá a interpelar la estimada persona lectora y yo bien preparado, contesto con un simple y llano: para nosotras, para todas las personas que vivimos en una ciudad. Por lo siguiente: necesitamos aprender a mirar de forma cuidadosa para percibir que, al igual que la eucnide, las resistencias están en todas partes. El sistema está lleno de grietas y no están vacías, siempre están ocupadas por personas que reclaman por sus derechos -y que hoy están mercantilizados en servicios básicos con tarifas injustas-, por quienes no pagan el transporte público porque el servicio es inhumano, por los que bailan músicas populares en espacios públicos que están al acecho de la especulación, por los que siembran en camellones y parques demostrando que abajo del concreto se da la vida, hasta los que se organizan, se manifiestan  y construyen espacios de encuentro y cercanía que dignifican las urbes.

Sin embargo, al igual que nuestra ortiga todas estas resistencias aisladas serán vistas como las que provocan urticaria. Y los ajenos dirán que paguen, que no siembren, que no bailen, que no marchen, que no griten, ni pinten, ni rayen, en fin, que no agrieten, ni dividan, ni destruyan, etc.  Al contrario, buscarán convertir a las resistencias y que dejen de ser ortigas para que sean pasto (verde, bonito y pisable).

Por ello, es importante que las resistencias se entiendan y se construyan como entramados de vida, ya no como elementos aislados. Se necesita entramar el: hacer-resistir, más el conocimiento técnico, más la construcción colectiva de la memoria y que los afectos -como el centro capaz de conectar todo-. Un nudo capaz de construir lo común. Las ortigas-resistencias entonces se trans-forman en repositorios de vida y de esperanza, en farmacias de la ciudad, espacios de cuidado colectivo capaces de recuperar los cuerpos heridos física y psicológicamente por las urbes capitalistas.

Para ir cerrando, estimada persona lectora, es de interés resaltar que las grietas a las que he hecho referencia son de un solo muro, no estamos, por así decirlo, en mundos diferentes, si bien estamos separados en todas las ciudades padecemos de opresiones compartidas, por ello, pensémonos en común. Ahí está la clave, ese es el punto nodal, si lo perdemos de vista estamos condenados a ser siempre urticaria y, con ello, ser perseguidos para que nos erradiquen (los defensores del muro quieren las grietas limpias). Hoy en día ya es cada vez más claro que comenzaron la limpieza: las élites de derecha y parapetadas en el muro atizan a grupos precarizados para radicalizarlos y decirles que el problema es la eucnide-resistencia. Entonces, estos grupos precarizados se ciegan y lanzan su odio en contra de las plantas y no en contra del muro que les tapa y quita la luz del sol.

El común se construye, se organiza, se trabaja y se defiende. Por supuesto se piensa, se aprende y se enseña y para ello nadie queda fuera. Todos los oficios, todas las profesiones, todos los conocimientos, esfuerzos, espacios, lecciones y herencias son necesarias. En otras palabras, todas las personas son necesarias. Nos autoconvoquemos a construir el común. Todas las alianzas de usuarios, de inquilinos, colectivos y colectivas, centros culturales, artistas, cooperativas y cooperativistas, investigadores y científicas comprometidas, payasos y cirqueros, músicas, productores, sindicatos independientes, amas de casa y estudiantes a que dejemos de ser considerados ortigas y pasemos a ser vistos como la farmacia viva, ese repositorio de esperanza y que profundicemos las grietas que tumben el muro.

Fotografía: Alejandra Espitia

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Eduardo Enrique Aguilar
Eduardo Enrique Aguilar
Profesor universitario, doctor en economía política del desarrollo.

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